Ensayo sobre la inercia que adoptan los cuerpos al no acostumbrarse a la velocidad del tiempo

La carestía de la hoja otoñal se derrumba, desaparece en lo más profundo.
Seres subterráneos, sucios y escuálidos, llenos de gérmenes, virus y alas rotas.
Nunca ascienden por la escalera infinita, llena de peldaños de ánimo e ilusión.
El bebé sonríe pero no toca lo que quiere, es igual de inalcanzable que los sueños.
En la alcantarilla somos realistas, ¿sabes?
Durante cinco minutos podemos confundirnos con la gente que puede ver el Sol, pero poco a poco nuestros párpados se derretirán y tendremos que volver a descender a nuestro averno particular,
Enemigo de los números me declaro. Huiré de la estadística, siempre impía, de maldad innata.
Asesinaré al uno, al dos, quizás también al tres y violaré al cuatro, dejándolo en deshonra de por vida.
Me aliaré con palabras como justicia y amor, porque aunque sean utópicas, ellas tampoco aguantan mucho tiempo la luz.
Derramaré sangre ante desconocidos, lucharé por las minorías que no tengan razón.
Todo esto lo haré, así lo firmo yo en tinta de vicios ocultos.
En la sombra, atentamente.
Yo.